CARTA DESDE LA INDIA-2
Querid@s Amig@s Solidari@s con los Procesos de Justicia y Liber-ación de los Pueblos Pobres del Mundo:
¡Un
cordial eco-saludo desde estas tierras asiáticas!
Aquí
les estoy escribiendo mi segunda carta desde la India, con mis impresiones
personales sobre estas realidades. Pero hoy, más que hablar de la India,
quisiera compartirles mi viaje de hace unos pocos meses atrás al Nepal,
concretamente a Kathmandu.
1.
Recuerdo que en los “felices años sesenta”, Kathmandu, la capital del Nepal, se
había convertido mundialmente en uno de los paraísos de peregrinación para
aquellas personas deseosas de dejar el materialista Occidente y buscar algo
diferente. Un lugar donde se pudiera encontrar algo de Espiritualidad (que
apenas se veía en Occidente), es decir, buscar una vida alternativa a la del
“común ser humano” (?) en nuestros países del llamado “Primer Mundo”.
Eran los años fuertes del movimiento
“hippie” y de su propuesta contra-cultural. En aquel entonces yo era todavía
adolescente, sin formación política (por la educación fascista que padecíamos),
y, por lo tanto, no tenía una comprensión sociológica del fenómeno. Pero, intuitivamente,
sentía que aquello me decía algo, que había realmente un mensaje para mí detrás
de todo aquello.
Era la época rebelde (la adolescencia
tiene mucho de rebelde), así que soñaba con poder visitar personalmente, algún
día también, la India y el Nepal, y poder encontrar algo diferente a lo que
vivía en aquel entonces. Aunque no supiera con precisión qué era eso realmente
de “algo diferente”...
2.
Ahora, 37 años después (!), iba por fin a poder viajar al Nepal, pero por algo
más prosaico.
Dado que estaba viviendo en la India
con visado de turista (por seis meses), tenía que salir cada seis meses del
país para conseguir un nuevo visado. Todo el mundo me decía aquí que, para eso,
lo mejor era ir por el Nepal. Así que nos animamos a ir, tal vez ya sin todo
aquel “romanticismo” de la adolescencia, pero todavía con un vivo interés y
curiosidad por conocer ese lejano país.
Pero el Nepal de nuestros días es ya un
país muy diferente del de los años sesenta y setenta. Acababa de pasar un
“verano caliente” de mucha movimentación social en contra de la Monarquía del
Rey Gyanandra (reencarnación de Vishnú), buscando un sistema parlamentario y
más libertad. Todavía en Europa, en Portugal y en España, podía acompañar por
los periódicos, la televisión y, sobre todo, por la BBC, qué estaba pasando día
a día allá, con los enfrentamientos en las calles por más libertad de expresión
y participación política.
Me encontré con un país muy pobre.
Kathmandu, la capital, era una curiosa ciudad llena de templos y un tráfico
caótico. Muchos monos por todas partes. Gente simpática, muy curiosa, queriendo
saber de donde era, qué hacía en el Nepal, etc. La expresión de las caras me
pareció triste, como de quien arrastraba largos años de sufrimientos (varios
años de guerra civil, emigración y pobreza), de tener que callar mucho y
guardarse muchos sentimientos fuertes. De proteger su interior de tantas
realidades muy difíciles y violentas.
Un guía me dijo una vez que Nepal tenía
tres religiones: hinduismo, budismo y... turismo. Había muchos turistas allá y,
ciertamente, el Nepal vive del turismo. La moneda, la rupia nepalesa, es más
baja que la rupia india, y mucha gente emigra del Nepal. La India es uno de los
países más cercanos al Nepal y, por lo tanto, uno de los que acoge más
nepaleses. Nepal se encuentra entre dos gigantes: la India, por una parte, y
China, por la otra. Me pareció que el Nepal quería guardar fuertemente su
“diferencia” con respecto a ambas.
3. Me
quedé alojado con los padres jesuitas (en la zona de Patan)[1],
muy amables con toda la gente religiosa que viene a este país a gestionar sus
visados en la India. Es una verdadera casa de acogida, practicando una especie
de “pastoral de la hospitalidad”. Desde allí pude hacer algunas visitas a
Kathmandu y alrededores, después de dejar mi pasaporte en una Agencia y esperar
que me concedieran un visado de un año para la India (que no los consabidos
seis meses).
Visité varios centros religiosos, de
gran tradición: Swayambhunath, Pashupatinath, Boudhanath y el hermoso
monasterio tibetano de Kopan (curiosamente, con el mismo nombre de las
ruinas mayas de Honduras, que un día visité).
(1) Swayambhunath es un gran
Centro budista, con unas hermosas estatuas de Buda debajo de la colina. Es
conocido como “The Monkey Temple”, por la enorme cantidad de monos que pululan
libremente por allá (me dijeron que unos tres mil: no los conté, pero pudiera
ser...). Y un aviso: “No mire usted fijamente a los ojos de los monos que
encuentre, porque se molestan y pueden hasta morderle”. Procuré cumplirlo.
Quise sacar allá unas buenas fotos de unos monos, pero me traicionaron las
baterías de la cámara digital...[2]
Uno va subiendo la colina y en la
cumbre está un templo budista tibetano. Hay varias tiendecitas y puestos, todos
hechos a medida de los turistas que por allá llegan.
Entré en el templo y fui caminando por él,
hasta llegar a una sala donde estaban los monjes orando y haciendo sus pujas.
Había un letrero en inglés diciendo que podíamos pasar sin problemas, asistir a
las ceremonias y si quisiéramos, que hiciéramos alguna contribución
económica... Había algún que otro turista en el salón, donde quedábamos de pie,
a la entrada, oyendo las atronadoras trompetas y el ronroneo de los monjes en
sus oraciones.
Mi fijé en sus expresiones. Había
varios jóvenes, un tanto divertidos y haciéndose a veces algunas bromas entre
ellos. Algunos mayores estaban más centrados en sus oraciones. Y también había
varios niños, vestidos todos de monjes, y con el pelo muy corto. Los más
pequeños debían de tener menos de seis años. Hasta sorprendí a uno que se
escapó del coro, para venir a la entrada, donde yo estaba, a jugar con un
cochecito minúsculo de plástico. Por lo visto, en todas las partes del mundo,
las mentes humanas no son tan diferentes...
Estuve un buen rato en aquel ambiente,
pero no me impresionó especialmente. Al salir y al dar unas vueltas por esa
cima, sí me llamó la atención la hermosa visión del Kathmandu Valley,
con la ciudad. ¡Hermosísima visión desde allí! Pero no me produjo tan buena
impresión ver después a unos monjes jóvenes sentados con otros jóvenes, laicos,
y jugando con sus cámaras de video u observando los pantalones que algunos
habían comprado... Por lo visto, el consumismo se hace universal en este reino
del Mercado.
Al bajar di un vistazo de nuevo a las
impresionantes estatuas de Buda, con sus ojos de la iluminación, y aproveché
para hacer meditación allá también. Había bastantes peregrinos nepaleses,
haciendo sus rezos y postraciones a Buda. Suelen dar una vuelta a sus
monumentos sagrados rezando sus malas, es decir, los rosarios tibetanos
preparados para recitar los diferentes mantras (tengo uno de 108
cuentas, los más usuales).
Los peregrinos van dando vueltas al
monasterio y haciendo rodar los famosos rollos, pidiendo larga vida y no
renacimiento. Se me ocurrió dar una vuelta a todo el monasterio, y casi me
arrepiento, porque pensaba que era algo relativamente breve, y me encontré con
que tuve que pasar más de una hora dando una vuelta al lugar, hasta llegar de
nuevo a la entrada. En la acera de enfrente del monasterio, al dar la vuelta,
había siempre tiendas de productos religiosos y de comidas (parece que esto es
en todas partes del mundo: no es exclusivo de Fátima...).
(2) Pashupatinath fue el otro
gran Centro religioso que visité. Todos los centros los podía visitar con un
microbús de línea[3], a
lo largo de la Ring Road.
Después de pagar mi correspondiente
entrada, se me acercó un guía libre y esta vez sí que caí en la tentación de
aceptarlo. Me explicó varias cosas interesantes. Por ejemplo, sobre las
cremaciones (tengo fotos). Una cremación normal tarda de dos a tres horas en
consumirse. Luego, las cenizas son arrojadas el pequeño río que cruza el
centro, que, al decir del guía, desemboca en el Ganges, el famoso río sagrado
de los hindúes. Las cremaciones son públicas en este centro y puede asistir
cualquier persona que entre allá.
Eso sí, no es posible entrar en el
templo, pues es sólo para hindúes... del Nepal (supongo que esta limitación
geográfica es para que no venga un europeo, por ejemplo, diciendo que también
es hindú, ya que, como sabemos, el hinduismo es una religión y no una
nacionalidad).
Las cremaciones se pueden ver
relativamente cerca del cuerpo o entonces en los altos del complejo, pues el
centro es enorme en extensión. Detalle macabro: mientras van quemando el
cuerpo, se veía un par de personas removiendo en el río, viendo a ver si había
algunas reliquias aprovechables del muerto...
Y las clases sociales parecen ser también
“eternas”, pues había dos lugares de cremación: una para l@s ric@s y otra para
l@s pobres (igual que en nuestros cementerios llamados “cristianos”, donde
suele haber tumbas mejores para l@s ric@s y otras para l@s pobres o de clase
media: ¿Será que estas distinciones se mantienen también en el Más Allá?).
Cuando llegué estaba siendo cremado un
muerto de “los ricos” (la verdad es que no se ve gran diferencia de lugar:
solamente les separa un pequeño puente entre un tipo de cremaciones y las otras).
La familia del muerto allí estaba, sentada, tan tranquila al aire libre,
charlando, como si fuera uno de nuestros domingos de fiesta, mientras el muerto
iba siendo quemado en la gran pira... (Y me salto algunos otros detalles
macabros...).
Lo curioso del caso es que muy cerca de
las cremaciones había un pequeño templo hindú adornado con pequeñas esculturas
de contenido sexual. ¡Debe ser para recordarnos que la Muerte y la Vida andan
siempre juntas y no se pueden separar!
Al lado de las cremaciones, un poquito
más adelante, había una cuantas cuevas de eremitas o monjes. Vi un par de
ellos, jóvenes, que salían a refrescarse al riachuelo, con sus hábitos: uno era
asiático, posiblemente japonés, pero el otro era un rubio occidental, al que al
parecer le atraía meditar sobre la muerte cerca del lugar cotidiano de las
cremaciones.
Continuamos la visita por el complejo,
lleno de monos por todas partes, subimos y bajamos, vi alguna que otra réplica
del árbol de la iluminación de Buda, vi varios saddhus, algunos de ellos
con pinta de tomar drogas (marihuana o hachis), lo que me confirmó el guía.
Dijo que, para los saddhus, esa droga es gratis. Sugería que la gente
comentaba que los hippies se hacían amigos de estos santones, para tener
asegurada su ración de marihuana. Decires... En todo caso, me aseguró que hay
un día sagrado en que la droga es gratis para todo el mundo que se acerca por
el lugar.
Y después de dada la voluntad al guía,
me enseñó un camino más corto, para poder ir al otro gran centro importante (Boudhanath),
a veinte minutos andando, por caminos un tanto primitivos, de pura aldea
nepalesa.
(3) Boudhanath es un Centro
budista de gran importancia. También lleno de tiendas, alrededor de la gran stupa
del Buda. La gente da vueltas y vueltas a la stupa, rezando devotamente
sus mantras y oraciones. No es tanto para entrar dentro, sino para
caminar rezando en torno a ella.
Aproveché para escaparme un poco por el
pueblo, que está lleno de monasterios y de monjes por las calles.
Me decidí y entré en uno de los
monasterios, que parecía abierto al público, aunque no había gente por allá. El
guardia de la entrada me dijo que pasara, ya que veía un tanto hesitante. Al
entrar me encontré con un par de monjes, relativamente jóvenes, que me
saludaron atentamente (la gente fue siempre muy amable por estos lugares: nada
de esa idea que tenemos en Occidente de gente muy fría, impersonal y distante).
Aproveché la ocasión para dirigirme a
uno de ellos (en inglés, claro, pues no sé nepalés ni tibetano), y muy
simpáticamente me dijo que le siguiera, que me iba a enseñar el monasterio.
Aproveché también para ir haciendo preguntas. La mayor parte (¿o todos?) de los
monasterios de esta zona son budistas tibetanos, refugiados del Tibet por la
invasión china, y conservan sus tradiciones, o al menos, lo intentan hacer.
Este monje me enseñó las clases donde
los diversos estudiantes trabajaban. Eran salas pequeñas, meros cuartos grandes
en algunas ocasiones (con profesores laicos, los que vi). Noté que la mayor
parte eran unos monjes muy jóvenes, incluso niños, en las clases.
Había clases incluso de Matemáticas (me
dijeron que no estudiaban muchas ciencias, pero sí Matemáticas). Y allí estaban
los muchachitos intentando resolver los difíciles problemas del arte
pitagórico, al igual que cualquier estudiante del mundo, pues para esto no hay
iluminación búdica que los solucione a priori...
También me dijo el monje-guía que
tenían clases de lenguas: tibetano, nepalés, inglés... Me enseñó una pequeña
sala donde tenían algunas publicaciones y allí estaban varias computadoras, con
Internet incluido, donde algunos monjes estudiaban informática.
Fuimos a la sala colectiva de
meditación, con varias estatuas impresionantes de budas y esos colores
tibetanos siempre tan impactantes (personalmente, esos colores me recuerdan
mucho la artesanía indígena maya guatemalteca).
Y me acuerdo que, hablándome de la vida
monástica, me preguntó el monje: “¿No tienen los monjes cristianos también
estas cosas?”.
Pues sí, al fin y al cabo, la
estructura monástica es la misma, sólo que unos rezan a Buda y otros a Cristo,
recuerdo que le contesté. En ambas tradiciones hay vida comunitaria, muchos
rezos y meditaciones, etapas de estudio y práctica espiritual hasta llegar a
ser monjes, disciplina férrea, etc.
Tal vez este tipo de monjes tibetanos
sí que tiene más contacto con la gente, pues visita sus casas para hacer
oraciones por sus muertos, aconsejar y orar. Algunas órdenes monásticas
católicas no lo hacen, pues acentúan la separación de la vida laical. Sin
embargo, las órdenes mendicantes católicas sí que tienen este contacto mayor
con laic@s. Pero, en definitiva, no hay muchas diferencias estructurales
entre ambas vidas...
4. Se
me ocurrió visitar otro sitio turístico religioso indicado como interesante: Bhaktapur.
Había que tomar un bus y cambiar a otro en Koteswar, en la Ring Road.
Bhaktapur no está en la capital, sino a varios kilómetros de distancia,
aunque no muchos, entre quince y veinte. Era una buena oportunidad para
observar de cerca los alrededores de Kathmandu y ver también como era el campo
nepalés.
Al llegar allí, la gran frustración.
Cuando uno quiere entrar en el pueblo, en la parte histórica (Bhaktapur
Durban Square), es decir, en las calles centrales del pueblo, enseguida nos
sale un guardia diciendo que para entrar allí tiene usted que pagar una cierta
cantidad, no demasiada para nuestros bolsillos europeos, pero sí un tanto
fuerte para aquellos lugares asiáticos. Es una especie de “encerrona”, de la
que no es cómodo escaparse, si no es pagando... Pero aquello me olía mal. Así
que ejercí mi “rebeldía turística”, decidí no entrar y dar una vuelta por el pueblo
(tampoco tenía en aquel momento la cantidad requerida...).
Cuando encontré por causalidad unos
edificios interesantes, en un barrio, iba a entrar, y de nuevo me salía un
guardia (no identificado), diciendo que para entrar allá había que pagar. Y así
un par de veces más: siempre que miraba alguna cosa de interés, ya venía el
guardia de turno con su eterna canción: “¡A pagar!”.
Así que decidí declararme “turista en
permanente rebeldía” y no entré. Si aquello es protegido a nivel mundial
(¿UNESCO?), como decían allá varios carteles, ¿por qué este “saqueo” al
bolsillo del extranjero desprevenido? Se aprovechan de que uno va por esos
inhóspitos lugares para decir: “Bueno, entre volver atrás, sin ver nada, y
pagar, prefiero pagar”.
Yo preferí volver atrás.
Pero fue muy interesante observar
más de cerca de la gente, algunas casas
campesinas y el nivel de pobreza que había en esos lugares. Saqué algunas
fotos, que conservo. Un muchachito vino incluso a hablarme y a hacerme
preguntas.
(Recuerdo que me declaré también en
“rebeldía turística” en Atenas, cuando íbamos a entrar al lugar, cerca del
Partenón, donde supuestamente Sócrates dialogaba con sus discípulos. ¡Era un
lugar obligatorio para todo amante de la Filosofía! Pero me encontré de repente
que todo aquello estaba cercado con una malla y... ¡a pagar para entrar!
Me pareció aquello un puro asalto al
bolsillo, independientemente de la cantidad que fuera. De modo que vi el
espacio que era, me hice la correspondiente composición de lugar, y volví al
Ágora, aquel lugar donde San Pablo habló a los atenienses, ése sí un espacio
abierto a toda la gente. ¡Faltaría más! Creo que Sócrates nunca cercaría un
lugar para hablar y discutir libremente sobre Filosofía...).
Lo siento, ¡no soy ningún turista
típico! ¡Soy más bien un turista “neo-cínico”, siguiendo la escuela cínica de
filosofía de Diógenes de Sínope, discípulo precisamente de Sócrates!
De todas formas, el paseo por los
alrededores de Kathmandu, resultó bastante instructivo en lo
antropológico-social.
5. Lo
mismo ocurrió al visitar, ya en la misma ciudad de Kathmandu, la Kathmandu
Durbar Square. Es una calle peatonal y extranjero que ven por allá
(nacionales no pagan), pues a “aflojar”. Pero en aquella oportunidad yo sólo
iba a visitar la Agencia que me tramitaba el visado para la India. Así que
seguí el consejo de las jóvenes hermanas que me acompañaban, una colombiana y
una francesa, que fuera rápido y no me detuviera por la calle. Y así hicimos.
Sólo se trataba de ir a la Agencia...
Mucho más interesante me pareció en la
zona de Patan la Patan Durbar Square. Está llena de templos, pequeños,
que la gente ocupa, pero puedes, como extranjero, transitar por allá. Tal vez
es paso libre, porque hay tiendas de objetos nepaleses por allá... Volvimos,
con mis acompañantes (que estaban en Nepal al igual que yo, para conseguir
visado para la India), alguna vez más. Me gustó mucho este lugar, con su
encanto, con sus casitas, en las que podías entrar en el patio, con sus dioses
y esculturas, con el estilo nepalés arquitectónico, etc.
Hasta había una muchachita de poca
edad, que nos pedía dinero (algo corriente para un extranjero en Kathmandu)...
¡en español! La hermana colombiana se puso a hablar y a jugar con ella, y nos
enteramos que había estado algún tiempo en España con sus padres y sabía hasta
frases en español (le habrían enseñado para pedir...) y hablaba un poco...
Cosas del llamado “Tercer Mundo”.
6. Lo
que más me gustó fue la visita al monasterio tibetano de Kopan, a varios
kilómetros de Kathmandu.
Ahí fui con un padre jesuita
estadounidense, mayor, pero con mucho espíritu juvenil, ¡en moto! Fuimos a
celebrar antes la Eucaristía muy temprano, de madrugada (recuerdo que casi no
teníamos luz), con las Hermanas de Madre Teresa, en un barrio muy pobre de
Kathmandu, que nos recibieron excelentemente (casi todas o todas eran indias,
pero eso ocurre con casi tod@s los religios@s que trabajan en el Nepal).
Era, pues, muy temprano en la mañana y
hacía frío. Pero ahí nos fuimos hacia Kopan, que está en una montaña bastante
escarpada y un tanto peligrosa para ir con moto, por la arena suelta y las
malas calles (al bajar fue peor...). Pero llegamos a y volvimos vivos de
la cumbre, donde está el Monasterio.
Father Cap Miller, el jesuita que me
llevó, es amigo del lama principal (Gompa lama) del Monasterio, del Gompa
Kopan. Fuimos directamente a saludarle. Nos atendió muy simpáticamente, con
muchas sonrisas y buen humor, y nada más hechas las presentaciones, me preguntó
de sopetón: “¿Qué está usted interesado en saber?”. Me sorprendió una pregunta
tan “metafísica” así de pronto, pero no me eché para atrás.
Así que empezamos a debatir sobre la
cuestión de: Si tod@s tenemos la naturaleza de Buda (es decir, la naturaleza de
la iluminación), ¿por qué tanta práctica espiritual? Se rió, y me hizo la
distinción entre “tener la naturaleza de Buda” y “estar iluminado”, que no es
la misma cosa. Mi pregunta era sólo provocativa, para comenzar a dialogar al
respecto. Y hablamos un largo rato, insistiendo él siempre en el aspecto de la
importancia de la “compasión” con todos los seres, que es un tema recurrente
del budismo Mayahana (o del Gran Vehículo).
Se trata siempre de conjugar en el
budismo tibetano la sabiduría con la compasión. En este sentido, el budismo
tibetano se aproxima más al cristianismo que otros tipos de budismo, del tipo Hinayana
(o del Pequeño Vehículo). Nos regaló té y dulces, y después de un buen rato nos
vinimos.
Pero mi compañero quería aprovechar la
mañana en el silencio del Monasterio, cosa que aproveché yo también, al igual
que para visitar tranquilamente el Monasterio.
Era algo muy moderno y bien arreglado
(por ejemplo, la hierba muy bien cortadita y todo...). Tenía un restaurante
para los visitantes y para la gente, incluso extranjera, que se aloja allá para
hacer diversos cursos de budismo (unos de iniciación y otros más avanzados),
así como varios computadores con Internet.... También había cursos de medicina
natural y, hablando también con otro monje en el templo, me dijo que tienen un
centro de atención de salud para la gente pobre del pueblo. El paisaje de la
montaña era espectacular.
El templo era una maravilla de color y
de silencio. Los monjes fueron muy simpáticos y me abrieron el templo, para que
yo pudiera meditar allá, pues sus oraciones ya se habían terminado. Los oía
cantar cuando llegamos, especialmente acompañados con las trompetas.
Visité igualmente la librería, con excelentes
libros sobre budismo, especialmente tibetano, CD’s/DV’s también sobre budismo,
etc. E hice girar la enorme rueda, cerca de la entrada, con deseos de larga
vida y no renacimiento (!). Lo demás, fue hablar con el monje de la acogida
sobre la menor manera de llegar a Daramshala, en el Norte Oeste de la India,
donde reside el Dalai Lama.
Y nos marchamos de nuevo en la moto,
con deseos de volver un día para hacer algún curso de budismo tibetano (y,
¿quién sabe?, incluso de budismo tántrico, para las y los más avanzad@s...).
Por el camino de la montaña estaba el
monasterio de las monjas (Khachoe Ghakyil Ling Nunnery), que está en
construcción con ayuda monetaria desde el extranjero, pues se ha hecho pequeño
para albergar a las 380 monjas que hay, de diversos países, y que continúan
llegando, ya que no les faltan vocaciones.
7. Un momento interesante
para entender la realidad nepalesa fue la visita a los diversos trabajos
sociales que los padres jesuitas mantienen con los jóvenes, especialmente con
deficiencias físicas o adicciones a drogas.
Por intermedio del Padre Norbert
D’Souza visitamos, las tres jóvenes hermanas religiosas y yo, el St.
Xavier’s Social Service Centre, en el mismo Kathmandu (Jawalakhel).
En un país donde en la última década unas trece mil personas murieron en la
guerra civil, el caso de los jóvenes pobres es un problema enorme, al que el
Estado no encuentra una solución permanente. Estos jesuitas intentan
contribuir, lo mejor que pueden, a ayudar a varios jóvenes con discapacidades,
físicas y mentales, o bien, simplemente a poder estudiar. El estudio sigue
siendo la principal herramienta para poder salir de la pobreza. Condición
necesaria, aunque no suficiente, dirían los lógico-matemáticos.
Hay apoyo de fisioterapeutas y
psicólogos, en medio de grandes dificultades económicas, dada la casi ausencia
de apoyo social estatal. Recordemos que Nepal es uno de los países más pobres
del mundo y la protección social es muy deficiente, casi inexistente. Las
familias de estos jóvenes o de estas gentes mayores no disponen de medios para
ayudarles, en su gran parte. Probablemente, el padre ha emigrado a la India, a
trabajar durante meses... o años.
En otro centro, en Nakhipot, hay
unos 23 hombres que viven permanentemente allá, posiblemente en lo que será su
última casa, ya que están seriamente afectados por profundas discapacidades.
Visitamos también una casa, allí cerca,
donde hay jóvenes con problemas de drogadicción. El director nos explicó que
intentan llevar un programa con mucha disciplina y empleando también métodos
alternativos de curación, como el yoga y afines. Al parecer los resultados han
sido buenos. No es, desde luego, una solución al problema, pero sí una gran
ayuda individual, o el comienzo de solución, para algunos de estos jóvenes y
sus atribuladas familias.
(Si algun@ desea colaborar, tengo los
contactos pertinentes).
8. Ya en el avión de
regreso, camino de New Delhi, en la India, pero todavía en Kathmandu, un
simpático nepalés a mi lado, joven, especialista en computación, me invitó a
mirar los imponentes Himalayas, que se divisaban en una parte de la
ventana del avión.
Allá, a lo lejos. Tranquilos, serenos,
majestuosos, como cuando en el Hatha-yoga intentamos hacer la “Postura
de la Montaña”, en paz y serenidad interiores.
Y también me asaltaban una serie de cuestiones de fondo:
Siendo el Nepal un país muy pobre y con tantos templos y prácticas religiosas,
¿será que es incompatible la religión con el progreso material? ¿Será que,
fatalmente, a medida que hay avance material y social, la creencia disminuye?
¿Es posible un tipo diferente de fe, donde creencia y progreso socio-material
sean compatibles, siempre con justicia social?
Puede que en un determinado momento, el
esplendor monárquico hubiera sido compatible con el esplendor religioso (¿y el
pueblo?). Pudiera ser también que las religiones sean fenómenos del pasado,
mitologías destinadas a desaparecer con el avance social y progreso económico
(¿cuándo llegará a estos pueblos?). O pudiera ser que desaparecieran las
religiones, pero algo así como una Espiritualidad humana fuera acompañante de
una mayor justicia social y participación real en el poder (sí, porque el
problema de la muerte siempre estará ahí presente, vida y muerte que nos rodean
cada día, a cada momento de nuestro existir).
O pudiera haber otras respuestas
posibles.
Evidentemente, las respuestas a estas
cuestiones serán diferentes, dependiendo de nuestras diversas filosofías de
fondo. Pero la visita al Nepal significó, al menos para mí, 37 años después de
aquellos “sueños de los sesenta”, poderme plantearme estas y otras preguntas
vitales.
Y puede que tal vez vuelva algún día
para continuar investigando.
¿Dentro de otros 37 años?
nagpur
(india)
04.09.07.
[1] Si mis investigaciones no están equivocadas, el llamado Kathmandu
Valley engloba a Kathmandu City, la zona de Patan (separada
de la ciudad sólo por el río Bagmati, que se cruza por un puente) y la
de Bhaktapur, a unos kilómetros de la ciudad.
[2] Lo que sí vi por la ciudad fue un gran
elefante, caminando ligera y disciplinadamente a un lado del tráfico, con su
domador encima y su comida. Después me enteré que era el elefante del
Zoológico, que pude visitar otro día. Allí, en el Zoo, estaba él, cargando
visitantes, y también había... una gigantesca pitón, que espero no encontrarme
cara a cara por estos caminos asiáticos...
[3] Igualito, igualito que los de
Centroamérica, tal vez un poco menos destartalado que los de Nicaragua, pero
todavía más abarrotados. Hubo incluso alguno de los pasajeros que se puso a
hablar conmigo un poco de castellano... Noté que l@s nepaleses eran muy
curios@s y preguntones.